lunes, 10 de septiembre de 2007

Erase una vez...


adventure




Érase una vez… una escapada a Dinamarca y Suecia.
Y en esta escapada yo debería, obligatoriamente, hablar de Copenhague y de Malmö. De Copenhague, por ser una joya situada en la costa báltica. De Malmö, porque es una hermosa ciudad sueca, situada al sur de un país que me enamoró nada más poner los pies en él, el año pasado.
Debería… Pero no lo voy a hacer. En este artículo prefiero comentar sobre otros emplazamientos, más modestos quizá, sí, pero no por ello menos atractivos.
‘Yo tenía una granja en África, a los pies de las colinas de Ngong…’, ¿recuerdan? Así comienza la novela ‘Memorias de África’ de la escritora Karen Blixen, nacida en Rungsted, Dinamarca.
Cualquiera que haya visto la película recordará, sin duda, la escena de caza con los campos nevados, en el invierno danés. Ese paisaje, principalmente, es lo que me venía a la mente cuando pensaba en el país escandinavo. Eso y algunos de los cuentos de Hans Christian Andersen, el escritor de cuentos de hadas conocido en el mundo entero, nacido en 1805, en Odense.
Yo no visité Odense. A punto estuvimos de ir, no obstante, pero al final nos decantamos por Helsingør. No conociendo ninguna ciudad del país, daba igual hacia cual dirigirse. Y fue todo un acierto porque llega un momento en que resulta urgente salir de la capital y ver la vida más sencilla de las pequeñas ciudades.
Nos decidimos, pues, por Helsingør y Dragør, en Dinamarca; y Lund, en Suecia.
Una hora en tren, aproximadamente, dura el viaje entre Copenhague y Helsingør. La estación, un edificio precioso, se abre al puerto donde los ferries que van y vienen entre

Estación de Helsingør

Helsinborg, en Suecia, y Helsingør, desarrollan un ajetreo incesante. La distancia de uno a otro país es tan corta que no entiendo por qué no se ha hecho aún un puente por ese lugar.










Puerto de Helsingør

Dejamos el puerto y nos encaminamos hacia el interior de la villa. Callejuelas recoletas, casi desiertas, al alejarnos del centro comercial, lleno de turistas. Ventanas adornadas de velas, bibelots o lamparitas es lo más habitual que se puede encontrar. Casas pintadas de amarillo o de rojo, con un aire austero, ven pasar, curiosas y mudas, a las pocas personas que se aventuran por sus calles. Es la zona más romántica de la ciudad. Por la que más apetece perderse para disfrutar no sólo de la calma, sino de las flores, los jardines, o los pequeños detalles que adornan sus puertas.








Calle de Helsingør

A continuación… visita obligada es el castillo de Kronborg, construido en el siglo XVI. Fue en este castillo donde Shakespeare ambientó Hamlet. Sus cañones, en un tiempo amenazadores, hoy miran a Suecia con bastante indiferencia. No serán ellos los que impidan a las modernas hordas vikingas, del otro lado del canal, arribar en sus naves ultrarrápidas para abastecerse, en las decenas de tiendas que tiene la ciudad, del vino y los licores traídos desde todos aquellos países que producen tan apreciados caldos.








Castillo de Kronborg

Playas agradables, canales cobijando barcos pesqueros y yates, cisnes y patos nadando en los canales y un aire cálido que envuelve al visitante ofreciéndole unas horas de relax lejos del trajín y la algarabía de los núcleos más concurridos. Sin temor a equivocarme creo que Helsingør es el lugar ideal de descanso para quien quiera huir del mundanal ruido.
No contentos con haber visto este trocito del país, otro día decidimos que queríamos ver más. Y elegimos Dragør, a 12 kms de Copenhague. Tan cerca pero tan lejos, podría decirse. Tan cerca de la vorágine capitalina y, sin embargo, tan lejos de todo el caos que ella supone. Dragør sería el lugar que yo elegiría para comprarme una casita, si tuviera el dinero suficiente para poder pagarla.










Calle de Dragør

Dragør es el pueblo que cualquier artista escogería para pasarse el verano entero, pintando calles engalanadas con las malvas reales rojas, rosadas, negras…, y sus rosales, la olorosa lavanda o la madreselva, y los árboles frutales, radiantes en su contundente feracidad; escribiendo sobre sus playas y sus barquichuelas varadas en la costa, algunas florecidas por el tiempo y el desuso;











Barca en flor

fotografiando el largo y extraordinario puente sobre el Oresund, cuando está sumido en la neblina azulada del amanecer…








Puente entre Dinamarca y Suecia

Dragør es un manjar que hay que paladear despacio, sin prisas.
Por último, y ya en Malmö, Suecia, además de recorrer esta hermosas ciudad, con sus brazos de mar donde nadaban patos y medusas, el moderno edificio llamado Turning Torso, del arquitecto español Santiago Calatrava, sus inmensos parques, delicia de las delicias para todo el que guste de la naturaleza, gracias a lo cual a mí me recordaba a la hermosa Estocolmo, o sus bellos edificios, quisimos visitar otra pequeña ciudad, no muy lejos de Malmö: Lund.
Hasta Lund, uno de los centros universitarios más antiguos de Europa, fuimos en tren, atravesando campos y coquetas estaciones de pueblos medio ocultos entre los árboles. El carril bicicleta, siempre presente, corría casi paralelo a las vías del tren. ¡Qué delicia sería, pensé, poder pedalear a horas tempranas, a cualquier hora, entre aquellos bosques y por aquellos prados!
Lund es pequeño, cuidado, tranquilo. No pudimos entrar a la catedral porque estaban oficiando un funeral, pero sí pudimos ver bastantes de los edificios de sus facultades.











Catedral de Lund


Con edificios así, antiguos, hermosos, debe ser fantástico estudiar. Uno, al cruzar los umbrales de sus puertas, debe pensar que se está adentrando en un pedazo de la historia. La ciudad tiene una parte comercial, llena de tiendas de todo tipo, y una parte antigua que es una bombonera, con callejitas repletas de flores, casitas coloreadas como en un cuento infantil, y mucho sosiego.









Calle de Lund


Todo muy similar al pueblo de Dragør. Y, por supuesto, parques frescos que invitaban al descanso.
La vuelta a Malmö estaba prevista hacerla, igualmente, en tren, pero tuvimos que hacerla en autobús debido a un accidente ferroviario. No importó puesto que nos permitió ver otra parte del país que de otra manera no hubiéramos podido conocer.
Nuestro tiempo de vacaciones ya no daba para más. Vuelta desde Malmö a Copenhague y dos días después la llegada a Madrid, pero esas escapadas de un día, hechas a Lund, Dragør y Helsingør me han hecho comprender que si bien las capitales son interesantes y hay que recorrerlas para empaparnos de su esencia, lo mejor, lo más original, es visitar sus pueblos, sus zonas rurales, esos rincones a los que raramente uno llega.
En definitiva, esos espacios únicos donde los sabores y olores son distintos; donde el reloj se entretiene en medir las horas de una manera completamente diferente.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no visité Odense. A punto estuvimos de ir, no obstante, pero al final nos decantamos por Helsingør.
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Quiénes?
¿Tú y tu fulana?
Llévate a tu mujer, gilipollas
No te lleves a tu "secretaria" para tirartela a escondidas

Anónimo dijo...

Vaya mierda de blog
Absolutamente abandonado
Solo fotos de una excursion y la foto de la "amiguita"
¿te la follaste, imbécil?